Imagen de Nastya Kaletkina (1990)
Publicado en «Aire de la Sierra Norte» 2013.
¿Ven a esa chica reposando al igual que lo haría tras una copiosa comida de verano?
¿Alguien a quien le aguardan un par de tiernos y sabrosos melocotones al despertar de su pequeña siesta?
¿Cuya afición a escribir con plumas de ave y tinta fresca la llevó a apartar sus escritos a un lado tras la entrañable pelea de almohadones, que tal vez tuvo con algún amante esporádico, y que difundió un sinfín de plumillas de ganso a su alrededor?
La perfecta escena romántica y bucólica que nos haría enternecer o desear no perturbar su quietud y su descanso para no alterar sus sueños.
Y sin embargo, ojalá este fuera uno de ellos para no tener que lamentarme por lo ocurrido.
Mi joven esposa a quien le descubrí la traición. Vestida con el camisón que perturbaba mis sentidos, desvelándonos noches enteras por amor.
La pluma con la que escribía notas reciprocas con su amante y sí, el toque delicado de hacerla acompañar por su fruto preferido. Un fruto prohibido que no sólo compartió conmigo.
¡Reconozcan que clavarlos a ese sofá envejecido fue un toque sentimental! Mi último detalle hacia ella. Al igual que todas esas plumas cosidas una a una a la tela. Me llevó un tiempo pero, ¡qué hermosa luce!
¿Quieren saber si las prendí antes o después de lastrarla a ese mueble que hoy descansa en el fondo del lago frente a nuestra casa?
Antes, mucho antes. Incluso adoró la idea pues ella amaba las plumas como amaba escribir con ellas. Y así, podrá sentirse por siempre acompañada.
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